La Respuesta a Una Oración

Una tarde soleada de junio del 1964, mi hijo de 3 años, Sean, se alejó de nuestra casa en Yorba Linda, California. Al principio, no me preocupé mucho cuando noté que había desaparecido. Nuestra comunidad era tranquila y estaba bien protegida por los árboles de eucalipto y naranjos de los alrededores. Sin embargo, cuando escuché gritos provenientes de un jardín al otro lado de la calle, supe al instante que Sean estaba en problemas. Llamé a John, corrimos calle abajo y lo encontramos cruzando sin rumbo por la colina del jardín de un vecino, aterrorizado y agitando sus brazos a las abejas alrededor de él que le picaban; había entrado en el área donde un vecino tenía unas colmenas de abejas. Lo recogimos, le quitamos la camisa, sacudimos las abejas y lo llevamos rápidamente a la casa. En el camino, pude ver como se formaban horribles marcas rojas sobre su piel. Tan pronto como llegamos a casa, John tomó a Sean (ahora quieto por la conmoción) y lo puso en la cama. Entonces John hizo algo que nunca habíamos hecho antes. Puso sus manos sobre Sean y le pidió a Jesús que lo sanara.

Éramos nuevos cristianos y nuestro pastor recientemente nos había advertido sobre el peligro de los dones carismáticos, como la curación. “Son divisivos”, nos dijo, “y el diablo los falsifica. Es mejor mantenerse alejado de ellos”. Pero la condición de Sean en ese momento destrozó esos argumentos. John rezó desesperadamente. Y sucedió algo extraordinario. Las cincuenta o más ronchas que cubrían su cuerpo desaparecieron hasta que finalmente no quedó una marca en él y entonces durmió plácidamente. No es de extrañar que estuviéramos encantados. Dios había salvado a nuestro hijo. Pero pronto empezaron a surgir dudas. “Quizás Sean era completamente inmune a las picaduras de abejas”, pensamos. O tal vez solo se mejoró naturalmente. (¡Ese pensamiento fue descartado más tarde cuando Sean en otro momento pisó una abeja y su pie se hinchó tanto que ya no entraba en su zapato!) Durante 13 años, sin embargo, guardamos este increíble milagro en un archivo mental, marcado “cosas que no entendemos”.

Un Gran Cambio

John y yo habíamos decidido en 1963 seguir a Jesús. John había estado trabajando en el negocio de la música en Las Vegas (en una banda llamada “The Righteous Brothers”) mientras yo criaba a tres hijos en Los Ángeles. Él bebía mucho, yo estaba pasando por una gran depresión así que estábamos planeando solicitar el divorcio. Sin darnos cuenta de lo que cada uno estaba haciendo, ambos nos encontramos orando por separado a un Dios que realmente no conocíamos por perdón y por nuestro matrimonio. Fue entonces que nuestras vidas cambiaron. Guiados por personas en nuestra iglesia local, aprendimos todo sobre Jesús y la Biblia. John cambió su próspera carrera musical por trabajo en una fábrica local. Pasamos todo nuestro tiempo y energía enseñando estudios bíblicos y contándole a todo el que quisiera escuchar acerca de Jesús y su efecto en nuestras vidas. En 1970, con más de 500 personas involucradas en nuestros grupos, John se unió al personal de nuestra iglesia como pastor.

Cuatro años como pastor fueron una bendición mixta. Por un lado, la iglesia creció tan rápidamente que tuvimos que ampliar nuestras instalaciones. Por otro lado, John sintió una vaga sensación de insatisfacción que no podía identificar. Entonces, un domingo del 1974, sintió que el Señor le preguntaba: “John, ¿Irías a esta iglesia si no te pagaran?” Debido a que él buscando su identidad y seguridad había puesto a la iglesia primero en lugar de a Dios, su respuesta tenía que ser “No”. Inmediatamente oró: “¿Cómo llegué a esto?” Y el Señor procedió a mostrarle claramente cómo había resistido continuamente al Espíritu Santo durante los últimos diez años. Y en aquel momento decidió dejar de ser pastor. Afortunadamente, luego le ofrecieron un trabajo de consultor de crecimiento de iglesias en el Fuller Seminary. Mientras estuvo allí, los encuentros con carismáticos, teólogos y misioneros que regresaban le dejaron una profunda impresión. Vio una conexión entre el crecimiento de la iglesia y las “señales y maravillas” que realmente ablandaron su corazón hacia la sanidad divina.

Una Revelación Agitadora

Mientras John viajaba por el país consultando a cientos de diferentes iglesias, Dios estaba alterando mi actitud hacia la obra del Espíritu. Yo había sido muy hostil a todo lo sobrenatural –especialmente a la curación. Como uno de los líderes de nuestra iglesia, yo era responsable de expulsar a los miembros que mostraban signos de ser carismáticos. Entonces, una noche de septiembre de 1976, tuve un sueño en el que estaba de pie sobre una caja de madera, dando mi enseñanza habitual anti-carismática. Pero cuando desperté estaba hablando en lenguas. En ese momento, apenas podía respirar bajo el peso de la convicción de mi pecado. Me acordé de la curación de Sean hace tantos años. Me di cuenta de que, de hecho, John se había encontrado con el Señor ese día y yo había influido en el para que negara la experiencia. Me di cuenta de la dureza en mi corazón. Así que pasé las siguientes dos semanas arrepintiéndome, llorando tanto que tenía que usar lentes oscuros cada vez que salía de la casa. Pero sentí que Dios me perdonó y que haría con todos nosotros lo que Él quería hacer desde el principio.

Ese mismo mes, volví a hablar con más de treinta personas de nuestra iglesia, una por una, pidiéndoles que me perdonaran por la forma en que yo les había hecho daño. Pronto, muchas de estas personas, y otras a quienes habíamos llevado a Cristo inicialmente, se unieron en un grupo informal en una casa donde adorábamos, orábamos, estudiábamos las Escrituras y experimentábamos como estar abiertos a Dios y sus dones. Todos participaban. Muchas personas que se habían alejado de la iglesia regresaron. Hombres orgullosos y cínicos se derrumbaban en lágrimas mientras se sentaban en el suelo en la presencia de Dios. Nunca había visto a un grupo de personas tan deseosas de encontrarse con Dios.

Un Nuevo Ministerio

Mientras todo esto sucedía, John no estaba muy bien. Ese invierno del 1977, agotado por tanto viajar, con la presión alta y la cabeza dolorida, se encontró en una habitación de hotel en el aeropuerto de Detroit, por una tormenta que había retrasado su vuelo. Antes de quedarse dormido, oró desesperadamente para que Dios le mostrara que era lo que estaba mal en su vida. En medio de la noche, Dios lo despertó con estas palabras: “John, ya he visto tu ministerio… ¡Ahora voy a mostrarte el mío! ” “Oh, Señor, eso es todo lo que siempre he querido”, respondió entre lágrimas. Este fue un punto muy importante en la vida cristiana de John. Los eventos de los cuatro años anteriores lo habían llevado a un lugar donde ya estaba abierto a la actividad sobrenatural de Dios.

El día de las madres del 1977, sesenta de nosotros nos reunimos por primera vez un domingo por la mañana en un edificio alquilado en Yorba Linda. Fue un momento increíble en nuestras vidas. Tomamos café y merendamos juntos. Adoramos durante una hora. Teníamos niños pequeños corriendo, bailando y jugando. John y yo éramos los mayores de la iglesia. John predicó de los evangelios sobre cómo Jesús era hacedor de la palabra, sobre cómo anunció que “había llegado el momento” y el reino de Dios estaba “cerca” y luego demostró su presencia sanando. Y John nos enseñó cómo Jesús nos había encargado a hacer lo mismo – convertirnos en “hacedores de la palabra”. Así que eso hicimos.

Después de solo unas semanas, oramos por un joven que había perdido su trabajo debido a un defecto congénito descubierto en su columna. Al día siguiente, las nuevas radiografías en las que habían insistido mostraban una espalda perfectamente normal. El joven recuperó su trabajo. Se oró por otra mujer que por un accidente automovilístico cuando era una bebé su pierna derecha se había sobre estimulado a que creciera una pulgada y media más larga que la izquierda. Cuando pusimos las manos sobre ella, su pierna sonó duro y con un tirón brusco Dios la sanó instantáneamente.

Derramando Misericordia

Siempre que alguien le preguntaba a John sobre la Viña y cómo empezó todo, él siempre contaba la historia de la visión del panal. Ha significado mucho para nosotros. Y es interesante ver que de vez en cuando hay un líder de La Viña que tiene la misma visión sin haber sabido nunca sobre la visión de John hace tantos años. En el primer año de la iglesia, John fue despertado una mañana por una llamada telefónica del desesperado esposo de una mujer muy enferma. Cuando llegó a la casa, la cara de la mujer estaba increíblemente roja y estaba sudando tanto que John clamó por dentro: “¡Oh, no, esto parece difícil!” Murmurando una oración sin fe, John se volvió rápidamente hacia el esposo para explicarle por qué algunas personas no se curan. Pero antes de que pudiera terminar, el marido sonreía de oreja a oreja. Su esposa se había levantado luciendo como una persona diferente. Ella incluso les ofreció un café. John se alejó extasiado, gritando a todo pulmón: “¡Logramos una! ¡Esto Realmente funciona!” y celebrando el hecho de que Dios lo había usado a él como vehículo de su misericordia sanadora.

En ese momento, en su mente, vio en el cielo un enorme panal, que derramaba miel sobre las personas que estaban debajo. Algunos lloraban con alegría, la saboreaban, incluso la compartían; otros estaban irritados, se limpiaban la miel y se quejaban de la pegajosidad. “Es mi misericordia, John”, sintió que el Señor decía. “Para algunos es una bendición, pero para otros es un obstáculo. Hay mucho para todos “. En pocas palabras, en eso se fundó La Viña, la realidad del reino de que hay mucho para todos. Mucha misericordia para los pecadores. Mucha curación para los enfermos. Mucho amor por los marginados. Más que suficiente para todos.