Un aspecto de la adoración que experimentamos es que no es tanto un deber, como que tenemos que adorar al Señor, tenemos que cantar al Señor. La adoración es mucho más. Es como tener un fuego interior tan caliente, tan vivo – hay tanto combustible, tanta leña sobre este fuego, que naturalmente la expresión del corazón sea adoración a Dios.
Algunas semanas atrás, yo me había despertado temprano y salí de mi casa al patio. Tengo un árbol de manzanas al lado del patio, y llegó al árbol un pájaro, una palomita de un tipo muy bonito, pero no podía decidir donde asentarse. Estaba aleteando en el aire, yo podía escuchar el sonido de sus alas, ‘prrrrr’, hasta que por fin se posó en el árbol y me miró. En ese momento fue como si el Espíritu Santo me hubiera dicho “Buenos días Felipe”. Y entonces yo dije, “Buenos días Señor” ¡y levanté mis brazos! Eso no fue porque alguien me había enseñado, o porque tenía que hacerlo. Fue algo íntimo con el Señor, algo íntimo, personal, algo muy profundo.
Muchas veces cuando hablamos de las manifestaciones de nuestra vida de fe, como evangelizar, adorar, estudiar, etc., si esto es enseñado como un deber ¡a veces le estamos quitando la vida, la dinámica a estas actividades! Todo esto es más. Es una expresión natural de una vida interior real que se manifiesta, es una dinámica que tiene que fluir, la adoración, compartiendo mi fe, orando por los enfermos, etc. No es solamente algo que tengo que hacer.